sábado, 8 de octubre de 2011

Una crítica al capitalismo desde la teología II

Deleuze y Guattari se equivocan cuando piensan que el capitalismo está constituido por lugares privilegiados de "reterritorialización" (el individuo soberano, el Estado, la familia) que podrían, en principio, ser superados si el proceso de territorialización fuera ejecutado con mayor rigor (al modo como ya Marx pensaba que, en definitiva, el capitalismo "frenaba" la producción)...
El capitalismo es, pues, igual que la ciencia, porque es idiferente a las formas del poder. Es igual que la ciencia porque no anula los vínculos o los juicios teóricos del pasado, sino que los mantiene en reserva, enteramente como el despotismo oriental o Pitágoras y puede reclutarlos en interés del dominio. El totalitarismo más sutil que hemos soportado permite la libertad individual, estimula el pensamiento del objeto de la libertad como ejercicio del poder personal y desarrolla así mejor las energías y los supuestos que permiten la expansión generalizada de un sistema eficiente y todopoderoso.
En este sentido, tenemos ya una sociedad cuyos procesos más destacados pueden ser comprendidos y a menudo totalmente previstos por la ciencia, aunque la tecnología social "científica" promueve también algunos elementos impredecibles. Esta ciencia es, como siempre, un compuesto de la nueva ciencia de la política junto con la economía políitca y la ciencia de la "vigilancia" y la gestión. Aunque estos componentes son en sí mismos meras descripciones de sistemas formales, se "aplican" por la simpre razón de que, en virtud de la invención del capitalismo, la sociedad ha sido hecha, justamente como sociedad, a imagen y semejanza de ellos mismo ayudan al mismo tiempo a inventar la política liberal y la economía política.
Es una tentativa sin esperanza avanzar (como han hecho tantos teólogos contemporáneos) junto con Habermas y contrastar los intereses "emancipatorios" con los de la "predicción y el control".

Una crítica al capitalismo desde la teología I

"El objetivo del mercado capitalista desde una perspectiva formal no es -como ocurre en los planes quinquenales estalinistas- la posibilidad de predicción, sino más bien de la capacidad de incentivación de la capacidad inventiva y del esfuerzo por un lado, combinado, por otro lado, con la subordinación garantizada de todo este esfuerzo a una medida cuantificable de su valor. Esta garantía actúa a través del mecanismo de la oferta y la demanda, determinado no por consideraciones de necesidad, deseo y justicia, sino por los deses (abstractos) de los propietarios del capital y de los beneficios distribuidos. Mientras se mantenga esta subordinación ¡viva el reino de la libertad y la espontaneidad! Pues sin una constante retroalimentación, sin un espacio libre para la creatividad de los subordinados, de los usuarios y los operarios del proceso, el sistema no será a largo plazo tan eficaz ni podrá tan fácilmente mantenerse en pie.
Como Lyotard ha declarado, existe aquí una homonimidad entre la ciencia, que ayuda a que el capitalismo sea provechoso, y el capitalismo que invierte contantemente en la ciencia. Pero tanto el capitalismo como el proceso científico simplemente evitan los sistemas cerrados: su interés compartido por el poder significa que no pueden permancer contenidos con los recursos de control existentes, sino que debe estimularse una capacidad inventiva aleatoria que ellos puedan siempre reclutar en su propio interés y de acuerdo con las reglas de su propio juego del lenguaje.
Y esto es así porque tanto la ciencia como el capitalismo sólo tienen públicamente en cuenta una significación: la significación del poder.
En este contexto debe entenderse lo que Deleuze y Guattari llaman "desterroralización" y "descodificación" aportados por el capitalismo. El sistema capitalista es, en sí mismo, indiferente a la vinculación a un lugar y a un contenido de costumbres y tradiciones particulares. No confiere sacralidad ni a los lugares ni a las modalidades jerárqicas del gobierno. Por otro lado, precisamente en cuanto capitalismo, no puede prescindir de la producción de "valores de uso", de intercambios simbólicos (en términos de Baudrillard), aunque él mismo sóloe stá interesado por el intercambio de valores y la equivalencia abstracta, de modo que la reciclación constante de los vínculos territoriales y jerárquicos - la nostalgia rural, la obsesión universal con la monarquía británica- resulta ser un recurso vital para la producción y la rentabilidad continuadas".